sábado, 14 de marzo de 2009

El océano del dolor



A veces el océano se convierte en una gran masa de dolor. Uno de esos momentos trágicos, cuando el mar se tiñe de sangre y pena, tuvo lugar el 28 de noviembre de 1978. Siete de los diez tripulantes del 'Cruz del Mar', incluido un niño de 14 años, perdieron la vida a manos del Frente Polisario.

GREGORIO CABRERA / ARRECIFE.
Foto:Adriel Perdomo
laprovincia.es » Lanzarote

Al niño sáquenlo para arriba, que va a morir igual". Estas palabras de los miembros del Frente Polisario fueron las últimas que se pronunciaron a bordo del Cruz del Mar antes de que el terror se desbocara del todo. Chanito, de catorce años, perdió la vida junto a otros seis marineros lanzaroteños. Sucedió en la noche del 28 de noviembre a escasas millas de Punta Cabiño, junto al Cabo Bojador. Sólo iban a por tollos y corvinas, a ganarse el sueldo. Pero se encontraron con la muerte. A las tres personas que salvaron la vida y a todos los familiares les persigue la oscuridad del olvido institucional, porque a día de hoy, justo treinta años después, continúan sin ser reconocidos como víctimas del terrorismo.

La Cruz del Siglo, en el Islote del Francés de Arrecife, acogió ayer un emotivo acto de homenaje a las víctimas, donde estuvieron presentes familiares, autoridades y vecinos en general de la Isla que no quieren que naufrague el recuerdo de unas personas y de un acontecimiento que conmocionó en su momento al conjunto de la sociedad canaria. En Lanzarote el latigazo de dolor tuvo unas dimensiones brutales. No es de extrañar que el Cruz del Mar sea un icono dentro de su historia.

El fatídico 28 de noviembre hablaron la sinrazón humana, los miserables a través de las gargantas negras de sus ametralladoras, el odio y la irracionalidad. Ayer lo hicieron la emoción y el cariño. La tarde, encen- dida con las llamas del poniente, arrancó con unas palabras de Ricardo Miranda, párroco de Titerroy, el barrio más marinero de la capital. A escasos metros, las aguas mansas de la bahía de Arrecife, aquellas que no volvieron a ver los vilmente asesinados, besaban la costa. Al pie de la Cruz del Siglo se fueron depositando las coronas, que acompañaron a la pequeña escultura de barro de Juan Brito. Presidía el evento una fotografía a buen tamaño del pequeño Sebastián Cañada rodeado, como un aura, por los nombres de los fallecidos: Tito, Alfredo, Juan, Agustín, José María, Rafael...

Componentes de un taller de interpretación se ataviaron como siete viudas y otras tantas niñas vestidas de blanco hacían las veces de las almas que volaron hacia el cielo mucho antes de lo que todos habrían querido. Los broches de la tarde llegaron a través de la Plegaria del descanso eterno interpretada por el tenor Blas Martínez y el lanzamiento de las flores al mar, tantas veces una tumba.

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